sábado, 16 de abril de 2011
Delicias dominicales.
Aquellos que debemos levantarnos a diario a las 6:30 AM, tenemos un reloj interno que nos indica el momento de despertarnos 1 minuto antes de que suene el despertador. Esta rutina, nos acompaña a través de los años, sin respetar siquiera el día sábado. Pero al llegar el domingo, no sabemos cual es el mecanismo que lo regula, cual vagos y pecadores, cometemos la locura de abrir nuestros ojos a las 8:30AM ...un horror !, jamas podemos despertarnos mas tarde que eso, por mas tarde que nos hayamos acostado. Pero bueno, ya a esta altura de nuestras vidas, dejamos de intentar volver a cerrar los ojos y dar vueltas en la cama. Es un hecho, ya dormimos dos horas mas de lo acostumbrado y el cuerpo pide a gritos ponerse en movimiento.
Los domingos son días que a algunas personas nos llena de vitalidad y a otras entristece. Generalmente, estas ultimas, son personas que están solas y la rutina del trabajo o el estudio, los sitúa en un contacto social que les hace muy bien. De todos modos, hay que aprovechar los domingos, que desde el comienzo de la humanidad se hicieron para descansar o para hacer lo que a uno se le venga en gana.
Personalmente, me encanta disfrutar mi casa, mi familia y es un día para reunirse a comer y charlar con parientes y amigos, que son nada mas ni nada menos que la familia que uno se va formando a través de los años.
Lo primero que hago es darme una ducha. El día no puede comenzar sin pasar por ese manantial que despeja mi cerebro y despabila mis neuronas. Los pasos a seguir son : decidir quienes van a venir a almorzar, que voy a cocinar y que falta comprar. Para esto, camino hasta el café que se encuentra a tres cuadras de mi casa y hace las tostadas caseras mas ricas que he comido. Con un café de por medio y el olor del pan recién tostado, todos mis sentidos se despiertan y empiezo a planificar mi domingo.
Al salir, ya tengo todo planeado y comienzo a recorrer los locales de mi barrio, acompañada por el silencio que solo se puede sentir un día domingo por la mañana. Solo rompe este sosiego, el trinar de algún pájaro o el saludo de algún conocido que empezó el día tan temprano como yo. Antes de regresar a casa, nunca olvido comprar un ramo de flores en el puesto de alguna esquina, para adornar la mesa familiar.
En toda casa habitada por adolescentes, como en mi caso, el domingo por la mañana es de una paz solo comparable con algún monasterio. Por eso, a la que nos gusta cocinar, encerrarnos en la cocina y trabajar con esta calma, es un momento único.
Hoy, decidí cocinar pastas con una salsa creada especialmente para mi abuelo. La historia es que mi abuelo materno, sufría de ulcera estomacal, por lo cual no podía comer salsa de tomate ni nada que le irritara el estómago. Entonces mi abuela Amanda, comenzó a prepararle una salsa de zanahorias muy natural que no le hacia daño.
Esta receta llego a mis manos, pero le hice algunas adaptaciones que mi sangre francesa paterna, que no respeta ulceras ni ningún tipo de complicaciones estomacales, transformo en un manjar. De hecho, si hoy pudiese cocinarle esta salsa a mi abuelo, seguramente seria lo ultimo que comería, literalmente, antes de tener que internarlo. Pero, de los que hoy nos sentamos a la mesa, creo que ninguno sufre de ninguna patología, por lo cual, van a poder disfrutar de esta salsa de zanahorias " afrancesada ".
En primer lugar rallo 1 kilo de zanahorias. Reservo.
Aparte pico 2 cebollas y tres dientes de ajo. Coloco en una olla una cucharada de manteca y un chorrito de aceite de oliva para que la manteca no se queme. Agrego las cebollas y ajo y dejo rehogar a fuego mediano cuidando que la cebolla no dore. Luego agrego las zanahorias ralladas y las cubro con leche. Agrego dos cubitos de caldo de verdura. Dejo cocinar a fuego medio hasta que la zanahoria este cocida y reduzca la cantidad de leche. En ese momento, agrego crema de leche y bajo el fuego hasta que termine la cocción. Salpimento. Esta salsa es exquisita, y queda de maravilla con cualquier pasta.
Ahora si, mientras la casa comienza a despabilarse, comienzo a poner la mesa, como me enseño mi madre, engalanando la casa con el mejor mantel, vajilla y copas brillantes, y en el centro las flores que compre por la mañana.
Ah !! siempre pongo algún plato de más, ya que no hay que olvidarse de aquellos de los que hablabamos al principio de la charla, los que están solos y no disfrutan los domingos. Un llamado telefónico, y mágicamente le cambiaremos un domingo solitario por uno con amigos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
me mori de amor!! la historia se parece a la mia solo que desde aqui me cuesta encontrar el momento de reuir a losamigos y familia para almorzar... adoro tu blog, porque entre otras cosas me acerca a mi hogar. besos Laura
ResponderEliminar