La tarde pasada, ordenando placares y cajones, encontré fotos familiares que hacía años no pasaban delante de mis ojos.
Una de ellas, color sepia, mostraba un grupo de mujeres sentadas alrededor de una mesa enorme, cubierta de una variedad y una abundancia de platos no habitual en nuestros días.
Al verlas, rozagantes y felices, las reconocí en el acto. Eran las "Martinotti".
La familia de mi abuelo materno, era una familia muy apegada a los placeres de la buena mesa. Cuenta la leyenda que las Martinotti, comenzaban su día con un desayuno descomunal. Luego se dirigían a la cocina para preparar el almuerzo (de las mismas proporciones). Una vez servido no se levantaban de la mesa nunca más. Almorzaban y hacían una sobremesa que se estiraba hasta la hora del té. Por lo tanto, sólo debían levantar la vajilla, cambiar el mantel, servir el té y continuaban sentadas charlando hasta la hora de la cena, donde realizaban el mismo ritual de cambio de vajilla y mantelería para servir la cena.
Épocas doradas, donde la familia se reunía alrededor de una mesa sin TV ni celulares.
Grandes casas donde vivían varias generaciones.
Comidas con sobremesas en donde primaban el diálogo y las risas.
No puedo dejar de dedicar un párrafo aparte a las dimensiones corporales de mis tías abuelas. Mujeres voluminosas pero armoniosas, parecían sacadas de un cuadro de Rubens. Sus caras se iluminaban con la risa, y sus mejillas cambiaban de color a medida que avanzaba la cena.
Seguramente hoy vivirían discriminadas por su aspecto, pero en su época eran espléndidas.
Además fueron longevas, lo que no es poco.
De ellas me llegaron muchas recetas que poco a poco se las voy a ir pasando, como el legendario "tuco negro" que se comenzaba a cocinar lentamente en las primeras horas del día y al llegar el mediodía se transformaba en un tuco espeso, oscuro y de sabor concentrado.
Revisando entre fotos y cuadernos olvidados, encontré un recorte de un diario, ya amarillo por los años transcurridos, donde premiaban con la medalla de oro a mi tía Helena West, por la mejor receta. Se trataba de un budín de pescado, que hábilmente mi tía llamó "Falsa Langosta" por su color anaranjado.
Creo entender que la receta ya era parte de las mesas de las Martinotti, y mi tía la lanzó a la fama en un concurso gourmet.
Hoy en día, sigue siendo un plato requerido en todas las festividades familiares. Su textura es muy suave, y su sabor exquisito.
FALSA LANGOSTA
Se necesitan:
1 kg de lomos de pescado (yo utilizo merluza)
4 huevos
4 zanahorias
1/2 taza de aceite
1 taza de queso rallado
1 lata de puré de tomate
sal
hojas de laurel
Se colocan los lomos de pescado a hervir en agua, sal y laurel. Cuando están cocidos, se procesan con los huevos, las zanahorias ralladas, el aceite, el queso rallado y el pure de tomates .
Unir todo bien y colocar en un molde de budín inglés, previamente aceitado y espolvoreado con pan rallado.
Se hornea aproximadamente 30 minutos.
Se puede servir tibio, o frío bañado en salsa golf o mayonesa livianas.
Como verán las recetas más antiguas, son las más sencillas y nos acercan a los sabores de nuestra niñez.
Bon appétit!